Nota a un lector

Las palabras no son un círculo, no son una forma definitiva. En nuestro lenguaje hemos explicado al movimiento fijando puntos, determinando una única luz para alumbrar nuestras páginas más íntimas. Y más allá de esa luz única el desorden fantástico de lo indecible. Nuestra consciencia no logra desbordar sus límites de luz, insiste en mantener la división y la razón diferencial. En los cadáveres de nuestro cielo reposa todavía la nostalgia de una estatua absoluta de orden y eternidad que señale con su dedo lo que es Uno y lo que es Otro. Toda erección imperial se autojustifica como único símbolo y entrona sus valores violentando lo que se opone, lo que queda en alteridad. Suponemos que excluir solo hiere a quien se le determina como diferente y marginal pero toda separación engendra preguntas, tensiones y conflictos. Pues, mirarse en el otro es ver que no sólo se realiza la vida humana con la dualidad del relato diferencial de la razón y el logos imperial, más se aprende cuando los ojos no ven fragmentación ni diferenciación sino totalidad. La comunión sugiere la visión dispuesta a no diferenciar, a la no exclusividad de lo Uno. Nunca se realizará la vida humana de otra manera, acaso en comunión, si no se abandona la exaltación por lo Uno, pues, lo Uno nos premia en la individualidad pero cuando nos alejamos como elemento único se marchita nuestro corazón por la ausencia de los sentimientos de fraternidad y encuentro familiar con la totalidad de seres vivos. Las filosofías que han sido estimuladas al reconocer los límites de nuestra conciencia aspiran a una intensa pasión que supere la inmovilidad de sus propios principios, renunciando a los valores fijos de todo sistema de ideas e insistiendo en la emergencia de ampliar sus propósitos en el puro movimiento vivo y orgánico de las visiones y observaciones de la realidad.

(Para un prólogo...) 


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Las palabras mayores vienen de bocas antiguas. Las palabras menores están en los libros.