Carta abierta a Mujeres y Hombres.


Se terminó el mes de marzo y dejamos de hablar de Mujer en los medios y espacios de aprendizaje cotidianos. Pero hay que insistir porque no han cesado los conflictos, el aprendizaje es todos los días. Por eso, comparto estas líneas para nosotros: Mujeres y Hombres.


No es sólo la rebeldía de la boca lo que es digno de admirar, sino la pasión que lleva. No es la respuesta reaccionaria lo que enciende la vida, sino la fuerza misma de quien lo dice, el gesto corporal que crea otros significados. Más allá de la rebeldía es importante valorar una fuerza que puede dar caricias. Quiero decir, en nuestros cuerpos no sólo hay la fuerza reaccionaria, también hay la caricia que es la acción más difícil y menos enseñada. 


Muchos siglos de violencia, de sola erección masculina en constante exhibición a través de sus imperios, de definiciones absolutas para no tener que aprender y reunirse con lo diferente. Eso ha contado la historia de occidente con su rechazo a las alteridades, rechazo a lo que no es masculino, moral, racional, occidental. Hemos determinado una razón diferencial para ser indiferentes a lo que no entendemos y hemos condenado con las nomenclaturas de “irracional”, “inmoral” y “débil”.

Me confundió un poco la escuela y la moral inestable por los ideales de nuestra cultura, pero mi cuerpo empezó a escuchar y se apoderó de mí la pasión de tocar lo irracional con manos aún más delicadas, de comprender lo inmoral con imaginación y de ser fortalecido con lo que llaman debilidades. Hay hombres sordos y mujeres sordas, como aquellos animales que al parecer sólo un relámpago puede hacerles despertar a la vida. Sí, es cierto, tenemos una historia con constantes episodios e innumerables símbolos de violencia y nos hemos acostumbrado a los cambios con fuertes rupturas o luchas sociales. Sí, bien entiendo que es la hora de la rebeldía de la boca que antes se pintaba para callar y que ahora se pinta y también grita porque el otro (el hombre, el padre, la madre, la vecina, el sacerdote, el jefe) no ha aprendido a escuchar. Pero es precisamente nuestra educación que nos condena y nos hace sordos ante la música del universo, ante la belleza, ante la sensibilidad, ante lo irracional, ante las pasiones, ante ustedes reaccionarias y reaccionarios. Bien saben, que así como hay hombres que no escuchan también hay mujeres sordas que no han aprendido a desobedecer, que su cultura y la escuela las confunde, las limita. 

Quiero decir, a quienes están empezando a escuchar la vida con sus cuerpos, que no amo los gritos ni la rebeldía pero si aplaudo la reacción, la pasión por vivir sin miedos, el decirle al otro que no te agreda y no te violente. Siento que también es hora de empezar a susurrar, de la caricia, de no gritar al niño y a la niña que crecen, es el momento de cuidar los cuerpos, de que nuestras vidas como reaccionarios, como disidentes, sean llevadas por la no violencia. Que el profesor y la profesora no condenen nuestras infancias, que la violencia no esté en el inicio ni al final de la fábula de nuestras vidas. Necesitamos que nuestras infancias aprendan a sentir, a cantar y no a gritar, bien se dice que el mundo cambia con el ejemplo, pues con la opinión el cambio va demasiado lento y tenso. 

Si tú que me lees te has revelado con boca de rebeldía, yo quiero escuchar también el susurro de tu pasión. Tu grito es para quienes son sordos y yo no lo soy.

Artículo de opinión / Ricardo Barrios 


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