No es preciso pensar que los nuevos conceptos
traerán explicaciones contundentes sobre una realidad que ocurre. De hecho no
hay más en los conceptos que arbitrariedad y la realización de sus significados
depende de las comunidades de hablantes de una lengua. Los académicos e
investigadores no son quienes insertan en las comunidades los neologismos
porque el lenguaje no es prescriptivo y los hablantes son, básicamente,
espontáneos en sus expresiones. Pero,
existe el ejercicio de poner en escena nuevos conceptos para traer los hechos
de la realidad viva al mundo de la academia. Pienso desde el dibujo de una
realidad que nos está amenazando y en la urgencia de usar el lenguaje para
denunciar toda maquinaria aniquilante de la libertad de los seres vivos, y no
me doy al lenguaje por el típico afán de lograr un pensamiento definido, sino
porque hay una realidad que se les escapa a los académicos y es precisamente la
que explota día a día por fuera de sus conceptos científicos: la realidad de
nosotros, de tú y yo, de ahora.
La palabra científica, sobrevalorada por los que
carecen del uso de todos los sentidos para observar la realidad, es como la
última dimensión desconectada de todo el vértigo de la vida diaria. Se cree que
no hay conocimiento en la palabra nosotros
y que sólo en la palabra sujeto está la promesa de una verdad.
¿Cómo escapa un investigador, productor y
sobreproductor de teorías, a la trampa de la acumulación de información? Parece
no haber otra alternativa, solo hay financiación para eso, hay políticas de
estado que legitiman el “conocimiento” y la labor académica pero su legitimidad
consiste en un formato que hasta ahora se concentra en la acumulación de
información y manipulación de ésta. Esto es lo que ocurre: si un sistema quiere
manejar a un país debe crear modos de vida excesivamente útiles tanto para la
labor industrial como para la investigación y la empresa cultural, se legitiman
formatos de investigación y se controlan sus alcances a través del sustrato
económico que a su vez condiciona absolutamente las políticas del país que se
encuentra en objetivo. Entonces, para pensar desde un problema sugiero esta
pregunta: ¿Es la academia contundente en su labor para la estimulación de
nuevas mentes o es una entidad condicionada económicamente para crear sujetos
industriales y no sujetos intelectuales? Los estándares de una empresa no son
muy diferentes de los estándares que les exigen a la academia. Por qué los
docentes caen en la trampa si saben que el conocimiento real de los hechos de
la vida y el mundo no necesitan un formato de legitimidad institucional.
Y
seguimos: ¿por qué calificamos a quien se está instruyendo o educando? Se
califica y se desconoce que la estimulación de la competencia nos está haciendo
frágiles para las relaciones con el prójimo. Están buscando sujetos calificados
para que encajen en una empresa sin salirse del formato de la evaluación.
Investigación y academia, por su actual
constitución, están sobrevalorados porque desde sus campus las posibilidades de libertad
y las oportunidades para vivir de otra manera el conocimiento son tan inviables
que sólo queda la resignación o la confrontación so pena de descalificación en
los espacios académicos y construir, en el mejor de los casos, reflexión desde
espacios marginales.
La educación, la academia y la ciencia, no superan
las metas trazadas en las misiones de su retórica, todo es ilusorio o y si es
posible resolverse se hace concreto con los designios del factor monetario.
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