Libertad e integración

La tierra no es redonda, es un ser vivo.


Yo no quiero cambiar el mundo, yo quiero la vida compartir. Los que dijeron que querían cambiar el mundo con el avance lo han cambiado para enfermarlo. Con tantas ideas de progreso hemos enfermado la tierra. ¿Todos aquellos que gritan en las calles habrán intentado susurrar o hablar despacio? Estarán un poco enfermos también porque no saben comunicarse con los demás en calma, en paz. 

Si tan solo las calles dejaran de ser solamente espacios para marchas de un día y se convirtieran en espacios de aprendizaje a diario. Podríamos empezar a hablar de que algo se está compartiendo. Las calles son nuestra alternativa de liberación y creatividad. Hagamos de cada rincón de nuestra ciudad lugares donde se imagine y se comparta con todos, con el próximo, cada cosa que sabemos y sentimos. No grite, comuníquese. No sigamos devotamente la lección de las escuelas, vamos a decirnos diariamente que el aprendizaje verdadero es compartir. Vamos a renunciar a la competencia y el egoísmo que reproduce la escuela, pensemos en lo que sentimos y lo que sabemos hacer, la artesanía en comunión enseña a mirarnos. La labor fundamental es maniobrar en conjunto, hacer comunión en los espacios públicos. Ningún cambio se gesta en la individualidad, el individuo es ilusorio, un límite que dimensiona a la razón en sus límites y la privatiza de la idea relacional: comunitaria. Lo posible para cambiar en nosotros es realizable en la interacción, interlocución y comunicación de lo que somos. Vamos a recrearnos la mirada siempre como niños, vamos a alimentarnos con lo que tiene vida, con lo que viene vivo de la Tierra, con lo natural sagrado, no lo divino ilusorio. La gente tiene miedo de fantasmas que no existen, vamos a liberarnos compartiendo. ¡El que no comparte no aprende! 

¿Quién dice sí, yo comparto? Para educar a nuestro pueblo hay que darles lo que no tienen y es unión, las plazas no son para la guerra. Estamos fragmentados en la conciencia y en la comunidad, vamos a compartir para que otras fábulas sean conocidas por todos, para que cada uno se entere de que hay una fábula distinta al odio y el egoísmo. Hablemos de una vieja historia que no cuentan los libros, que sólo pueden contar nuestras propias voces, nuestros ancianos, vamos, es sencillo, no es una teoría, es cosa nuestra, de nosotros, de compartir. 


Artículo de opinión / Ricardo Barrios Tejeda


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Las palabras mayores vienen de bocas antiguas. Las palabras menores están en los libros.